
Por estos motivos, podemos decir que sí se puede ser feliz engañado. El ser humano necesita ser feliz, y para ello busca todo lo que necesita, olvidando en muchas ocasiones los perjuicios que puede causar en los demás. Busca un fin sin justificar sus medios. En ocasiones, se nos plantea una situación falsa o manipulada como única realidad, y es entonces cuando caemos en una red de mentiras, un círculo vicioso de desinformación, sin darnos cuenta: aquí empieza el engaño. ¿Acaso no todo funciona prácticamente de la misma manera? Nunca conocemos la verdad absoluta sobre ningún tema que nos rodea (desde algo tan básico como una relación de amistad hasta la creación del Universo). Muchas veces, la verdad que nos rodea es tan dura que preferimos recurrir al autoengaño (“yo no puedo hacer nada para cambiar la situación”) y conformarnos con un mínimo de información, cerramos los ojos ante los problemas ajenos y preferimos centrarnos en lo nuestro. Sabemos que si nos informamos por completo, si obtenemos la información real, el daño psicológico podría ser bastante grande (no en todos los casos, pero sí refiriéndonos a aquellas mentiras sobre las que se sostiene nuestra vida diaria). Por lo tanto y según mi opinión existen en este tema dos tipos de engaños: aquellos de los que somos conscientes y que por lo tanto consentimos para no hacernos daño, y aquellos a los que prefiero llamar “engaños absolutos”, ya que los vemos como verdades (o nos han hecho ver como verdades) que en realidad no lo son.